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En profundidad...“Derrotando al fantasma del ridículo”


El Noticiero Empresarial
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08/03/2015

Cuando uno se le brinda la oportunidad de hablar delante de otras personas como consecuencia de algún evento o acontecimiento, después de 25 años haciéndolo prácticamente a diario como consecuencia de su actividad como formador, intenta incluso evitarlo en un intento de no parecer demasiado vanidoso. De todas maneras, en muchas ocasiones, cuando lo haces, siempre hay alguien que se te acerca y te manifiesta abiertamente haber quedado sorprendido por la facilidad con la que lo has hecho y cómo él se ve incapaz de ni tan siquiera intentarlo. Esa es una opinión muy generalizada de lo que siempre hemos conocido como el "miedo a hablar en público" tema sobre el que han corrido, corren y seguramente correrán ríos de tinta a los que nos vamos a sumar en esta ocasión por dos motivos. El primero puede deberse a una deformación personal en el sentido de que, para algunos, no es tan complejo como pueda parecer; parafraseando a Séneca muchas cosas no nos atrevemos a emprenderlas no porque sean difíciles en sí, sino que son difíciles porque no nos atrevemos a emprenderlas. El segundo motivo se relaciona con la idea de que esta, digamos, habilidad, no va en los genes, sino que es más que posible desarrollarla.

No obstante entre el miedo y el terror encontramos elementos paralizantes, esos que impiden físicamente la posibilidad de pasar a la acción a la hora de dar una charla o desarrollar una conferencia, realizar preguntas a un ponente, dar una opinión personal en un coloquio, contar algo que nos ha pasado, mostrarnos en desacuerdo con algo, realizar un cumplido o simplemente hacer un brindis con una copa en la mano. Fuera del perímetro que describe una situación como angustia vital o parálisis, es del todo viable seguir algunas ideas básicas para iniciarse en este apasionante mundo de diseñar, elaborar y distribuir mensajes ante personas que puedan estar interesadas en saber qué pensamos sobre algo, cómo procesamos determinados pensamientos y cuál es la mejor forma de hacerlo. A todo ello lo vamos a llamar "derrotar al fantasma del ridículo" mediante un mensaje claro y contundente que llegue a la inmensa mayoría de las personas que nos puedan estar escuchando en un momento determinado.

DE LA PREPARACIÓN A LA DESPEDIDA

El primer paso es conocer, siempre que sea posible, el colectivo ante el que vamos a transmitir nuestro mensaje.
Siempre debemos disponer de una mínima información acerca del mismo ya que quien nos haya propuesto "hablar" nos lo habrá solicitado con algún motivo y nos habrá informado del tiempo que dispondremos, el número de personas estimado, interés general por el tema, etc. En el caso de situaciones improvisadas, siempre deberemos haber previsto la posibilidad de que tengamos que dirigirnos al auditorio y haber creado un escenario en nuestra mente imaginando cómo será nuestra intervención, lo que nos dará tranquilidad en los momentos previos hasta conocer la realidad del lugar, número de personas, etc. Sería el caso de invitaciones a actos, asistencia a seminarios, debates o reuniones varias. En general y como punto de partida, debemos siempre pensar que las personas que nos van a escuchar, están realmente interesadas en lo que vamos a decir.

Una vez conocido y/o estimado el auditorio, deberemos tener una "idea clara" a transmitir que deberemos resumir en un máximo de tres palabras claves que formarán el esqueleto de nuestra intervención. Si no hay una idea clara a transmitir, es muy posible que las palabras no fluyan y que la improvisación nos acabe pasando factura. La idea central y las tres palabras claves, debemos llevarlas anotadas en un papel con el que podremos "jugar" mientras desarrollamos nuestra intervención. Será un papel guía y nunca un papel de lectura que, además, actuará como talismán de confianza y seguridad propia.
El inicio de nuestra intervención estará sujeto a que nos hayan presentado, o no, y cómo lo hayan hecho en su caso.
Ante ambas situaciones no deberíamos empezar directamente con nuestro mensaje si no con una idea
conductora o anécdota de apariencia improvisada que nos permita:

1. Presentarnos tras comentar la misma: Decía un famoso director de cine que...yo comparto esa idea. Mi nombre es... y estoy encantado de estar esta tarde aquí para...

2. Si nos han presentado, ligar nuestra intervención a continuación de la idea conductora: Decía un ilustre historiador que...Esa opinión me lleva a considerar...

En el caso de intervenciones anunciadas con tiempo y que hayan podido ser preparadas previamente, deberemos habernos informado sobre el tema y elaborado un repertorio de información de manera que transmitamos una capacidad alta para desarrollar el asunto, transmitiendo la sensación de poder profundizar mucho más si el tiempo lo permitiese.

Además, de forma inevitable, toda exposición deberá venir necesariamente precedida de un discurso previo interno, con nosotros mismos, en el que deberemos utilizar mensajes positivos tales como puedo, soy capaz, lo lograré,
yo puedo hacerlo y otros que sustituyan a sus respectivos antónimos. Una ayuda para apoyar este tipo de diálogos internos a nivel de pensamientos, es utilizar visualizaciones, es decir, proyecciones mentales de las imágenes de lo que queremos lograr, mostrando competencia, seguridad y situándonos ante un auditorio que va a ver la utilidad del lo que le vamos a decir e, incluso, imaginarnos las preguntas de alguien que desea profundizar en el tema en cuestión.

Nunca lleves tu intervención escrita. La gente no va a una sesión de lectura, va a escuchar palabras, mensajes y sentimientos. Toda la preparación previa se resumirá en la idea central y las tres palabras asociadas a la misma. Se trata de las palabras que nos van a ayudar muchas veces a reconducir el discurso en el caso de vernos sorprendidos por un olvido momentáneo, un vacío de ideas que nos impidan continuar o un bloqueo inesperado. Si las palabras asociadas a la idea central no contribuyen favorablemente a ello, utilizaremos recursos con buena carga de emoción, creatividad, sencillez y/o sentido del humor. Como resultado, iremos creando, con el tiempo, un repertorio de anécdotas que podamos utilizar en esos momentos y que nos valdrán, también, en determinados momentos en los que queramos distender el ambiente o crear un nexo para, dentro de la misma idea central, unir sus diferentes partes.

Llegado el momento de la verdad, inicia con una sonrisa leve y un breve silencio para captar la atención de la totalidad del auditorio y, si has sido presentado, agradéceselo a quien lo hizo de la forma más sencilla posible, todo ello antes de darle forma a tu cuerpo que también va a formar parte del mensaje. Intenta mantener la espalda bien recta sin que ello implique sacar excesivamente el pecho y mantén la cabeza levantada.
Ello nos permitirá dirigir la mirada hacia los ojos de algunos "cómplices". Intenta localizar tres caras amigables, una a la derecha, una a la izquierda, y una al centro.
Dirígete entonces a una, luego a otra, y así lograrás abarcar a todo el auditorio lo que te proporcionará seguridad y confort. Cuanto más cómodo se sienta uno, más capaz será de utilizar determinados recursos como el silencio provocado que fácilmente será interpretado como que nuestro interés por decir algo especial ha llegado a su máximo nivel. Ese silencio, no mayor de tres segundos, puede realizarse mirando el papel que tenemos en las manos en un esfuerzo por transmitir que no queremos olvidar aquello que es realmente importante. Después del silencio, di realmente algo importante.

La sencillez va a ser una buena compañera de tu discurso, por lo que no conviene abusar de las citas ni de las fases célebres, porque no son nuestras, ni tampoco hacer un uso indiscriminado de las efusiones desorbitadas, los tópicos o los cultismos sin venir a cuento, a riesgo de sonar pedante y de que tu auditorio no sea capaz de recordar dos o tres ideas claves de tu mensaje, algo que pasará si, además, la duración de la intervención es demasiado larga.

El conferenciante debe mostrar que está interesado en el tema del que está hablando y que le importa realmente. La audiencia, o una parte de esta, suele estar atenta y pendiente de desenmascarar a posibles "impostores de mensajes". Por eso, para captar la atención es necesario que el conferenciante esté de verdad interesado en el tema de su charla y sepa transmitir al público por qué es importante. Si a la sencillez somos capaces de añadir un mensaje sincero, el público te verá como eres y será capaz de recibir el mismo sentimiento que imprimas a tus comentarios. No nos tendría que importar hablar de emociones. Las personas están demasiado acostumbradas a oír palabras y menos a compartir emociones. A riesgo de sobrepasar el límite de la vanidad, utiliza la primera persona del singular sin ningún apuro con el fin de calar en el mensaje que estás viviendo en primera persona.

De una forma pautada, el tiempo se convertirá en tu aliado y solo deberás haber establecido y previsto un final poderoso, impactante y contundente que la mayoría del auditorio recuerde con facilidad. Seguramente este final será objeto de comentario ya que intentarás que sea una idea resumen con fuerza propia, a modo de mensaje gráfico, que perdure en la mente del auditorio.

El impacto del mensaje final junto con una propuesta de reflexión, una pregunta que no espera respuesta o un deseo alineado con el mensaje central, junto a un agradecimiento sincero, puede acabar derrotando al fantasma del ridículo y si además, aprovechas todas las posibilidades que tengas para dirigirte a los demás en un esfuerzo por normalizar esa actividad, puede que no vuelva a aparecer nunca más. Por contra, y este es seguramente un buen consejo, cuando tengas que hablar ante un grupo de personas y no te aborde un cierto estado de nerviosismo controlado, no inicies tu discurso: puedes fracasar.

Artículo escrito por Emilio Gutiérrez - Socio Director EGV Formación y colaborador de AEBALL / UPMBALL

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