Cementos Molins desmonta la planta del “boom” español de la construcción

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Estas instalaciones proporcionaron los mejores años para la empresa asociada Cementos Molins en España: la materia prima para el boom inmobiliario y de obra pública que vivió el país en la pasada década, así como los beneficios económicos lógicos para una compañía que trabajaba a pleno rendimiento.

Se trata de la antigua fábrica que la empresa familiar tenía en Sant Vicenç dels Horts (Baix Llobregat) y que ahora ha comenzado a derribar. Esta incluía, por ejemplo, tres grandes hornos de clínker, ocho silos y tres edificios.

Estos hornos fueron construidos entre 1964 y 1975 y dejaron de funcionar, tras fabricar más 42 millones de toneladas, en 2010. En ese año se inauguró la línea actual de producción después de una inversión de cien millones. El desmantelamiento en el que se ha embarcado Molins terminará en la primavera de 2020.

Que nadie espere una demolición con explosivos. Es una fórmula que se puso sobre la mesa, pero que fue descartada. Era más cara, podía afectar a la actividad de la planta y presentaba complicaciones porque la factoría está próxima al núcleo urbano y se levanta al pie de la N-340.

La navarra Erri-Berri se encargará de los trabajos, en los que participará un equipo de más de veinte personas. Es la misma empresa que está derruyendo, grada a grada, el antiguo campo de Anoeta de la Real Sociedad (San Sebastián).

El director de operaciones de Cementos Molins Industrial, Xavier Valero, no recuerda un desmontaje industrial de estas características desde el realizado por Endesa en su central térmica de Sant Adrià de Besòs (Barcelonès). La compañía, que el año pasado ganó 85 millones, invertirá dos millones de euros y piensa tratar o reciclar todos los materiales usados, que suman varios miles de toneladas.
Tratamiento específico.

En una fase previa se extrajeron aceites de las máquinas, fluorescentes y otros materiales, que requirieron un tratamiento específico. Ahora, los operarios van cortando con un soplete las piezas las que se extraen tienen un peso medio de entre cinco y veinte toneladas, que después traslada un grúa para que una retroexcavadora hidráulica con cizalla las vaya rompiendo en trozos más pequeños y, más adelante, se separen.

Se obtendrán unas 5.000 toneladas de chatarra, que se venderán a fundiciones, y otras 25.000 toneladas de hormigón. Los tres tubos, por ejemplo, tienen un diámetro de entre 4,25 metros y 5,15 metros, con una longitud de entre 76 y 108 metros, según explica el director de la fábrica, Manuel Guillem. Nuevos vehículos se añaden al trasiego que registra la planta, con unos 250 camiones que introducen material y más de cien que sacan la producción cada día.

Una de las curiosidades es que estos últimos desechos, los procedentes de los hornos 3, 4 y 5, se incorporarán al proceso productivo de la planta nueva de Sant Vicenç, que es el horno número 6. Igual sucedió con los hornos 1 y 2 cuando se construyeron los tres que ahora se desmontan.

Estas actuaciones también implicarán desmontar instalaciones de alta tensión, tanques de agua con un volumen de 500 metros cúbicos y la torre de refrigeración, que se han tenido que montar de nuevo en otra parte de las instalaciones. Algo similar ha ocurrido con otros elementos como pararrayos o antenas emisoras.
Tras el desmontaje se generará un hueco de 19.000 metros cuadrados, que en un principio quedará vacío, quizá pensando en ampliar la capacidad de la planta en un hipotético futuro en el que la demanda se dispare.

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Fuente: El Expansión

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